domingo, 26 de junio de 2011

La Columna del Dr. Abraham Gak, asesor de la Escuela Secundaria



Vigilar y castigar. Las sanciones en la escuela secundaria



El Dr. Abraham Gak es asesor de la Escuela Secundaria y Profesor Honorario de la UBA




” Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una
manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades; pero les dio un subsuelo profundo y sólido: la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo.” Michel Foucault, Vigilar y castigar

Está instalado en la sociedad el convencimiento que la educación secundaria atraviesa una crisis que vislumbramos como terminal.

Sin embargo, no hay consenso sobre la naturaleza de sus causas y en consecuencia qué medidas hay que tomar para revertir esta situación.

Son muchos los autores expertos que han escrito al respecto señalando que la raíz de nuestros males, en este tema, radica en que aún el sistema de educación media esta asentado sobre paradigmas que fueron los que guiaron su nacimiento allá lejos en el siglo XIX, en circunstancias que convergían los intereses de los grandes grupos de inmigrantes ansiosos de que sus hijos tuvieran un ascenso en el reconocimiento social y el estado necesitado de generar una nueva identidad propia para el país.

Así nació una escuela secundaria, en buena parte elitista, homogeneizante, con fuertes componentes autoritarios, conceptos fuertemente enraizados en los conceptos pedagógicos vigentes en la época.

Una corriente de opinión, vinculada con la actitud de los adultos frente a la rebeldía y transgresiones de los adolescentes, insiste con la aplicación de más severas sanciones para frenar y contener sus actitudes confrontativas, reinstalando la aplicación de amonestaciones acumulativas que pueden culminar con la expulsión.

En mi opinión, considero que la sanción de las transgresiones no debe tomarse como un castigo o venganza por la violación de las reglas que rigen la convivencia escolar. Amonestar es, como la palabra lo indica, advertir acerca de la transgresión y así debe a mi juicio ser utilizado.

En segundo término, creo inconveniente utilizar sanciones académicas –como es el caso de tener que rendir examen de todas las asignaturas- para tratar cuestiones de conducta. Un ejemplo cotidiano de esto es la conocida frase: “si no se callan, les pongo un 1”.

¿Significa esto que nada hay para hacer frente a distintos actos y expresiones –en algunos casos incluso violentos- de los estudiantes, cuando transgreden las normas de funcionamiento establecidas en la escuela?

De ningún modo. Si pensamos en tareas de prevención y en el sentido pedagógico de las sanciones, podremos empezar a transitar el camino para intentar resolver estos problemas, aun sin la certeza de que podamos solucionarlos.

Es necesario alejar la posibilidad de la pérdida de la regularidad, pues así como los padres no pueden pensar en echar a su hijo de la casa, la escuela tampoco debe considerarla una alternativa.

Sobre la base de este principio, muchas son las acciones que pueden encaminar la generación de vínculos saludables de convivencia entre los alumnos y los adultos en el ámbito escolar.

La discusión conjunta de un Reglamento de Convivencia por parte de toda la comunidad educativa es un primer paso en este sentido. Se ha objetado muchas veces que los adolescentes no están en condiciones de contribuir a la elaboración de estas normas. Sin embargo, la experiencia indica no sólo que sus aportes resultan valiosos y acordes con la etapa de la vida por la que transitan, sino que esta participación permite que la sientan la Ley de la escuela y como tal la respeten. Ocurre también que la transgredan, pero en tal caso son conscientes de esto, lo que no constituye un dato menor a la hora de recibir –y entender- las sanciones. La constitución de Consejos de Convivencia en los que puedan ser discutidas y apeladas las sanciones es también un hecho de significación.

Insistimos en señalar que la sanción no debe constituir un acto disciplinario sino que debe tener un sentido pedagógico, es decir, debe ser utilizada para enseñar en el marco de normas consensuadas. La fundamentación escrita de dicha sanción –independientemente del nombre que se le dé- es importante: es necesario que quede claro para el estudiante porqué se lo sanciona; tan importante como esto es el descargo, también escrito, por parte del alumno, lo que le da la posibilidad de reflexionar acerca de lo ocurrido. En la mayoría de los casos, los chicos reconocen la falta, intentan justificarla y afirman “no lo volveré a hacer”... aunque pocas veces lo cumplen.

Es importante que docentes y adultos en su relación con los adolescentes indaguen acerca de las causas de determinadas conductas y busquen incansablemente formas y mecanismos para cambiar las que resultan inadecuadas para la convivencia y para su propio desarrollo.

Esto no significa desconocer la necesidad de los límites; cuando éstos se explican y se sostienen en el tiempo, son generalmente aceptados. Pero debe quedar claro que el límite es dentro de la escuela y no la amenaza con la posibilidad concreta del afuera. La expulsión significa “sacarnos el problema de encima” y que otro (la familia, otra escuela, otra institución, o nadie) se haga cargo.

El vínculo entre adultos y alumnos debe establecerse sobre la base de cuatro pilares: la comprensión, la solidaridad, la contención y el afecto, todos ellos de similar importancia.

La comprensión es la cualidad que nos permite entender actitudes, lenguaje, cultura e historia personal de cada adolescente y, en consecuencia, evaluar lo más acertadamente posible las razones que guían sus actos.

El eje de la contención tiene dos vertientes: una se refiere a situaciones grupales o individuales que requieren el acompañamiento de la escuela. En este caso es imprescindible que el estudiante sepa que hay oídos dispuestos a escuchar y corazón para entender y acompañar. La otra vertiente en materia de contención se refiere a la presencia de límites aceptados y previamente consensuados, a los que ya nos hemos referido.

En cuanto al pilar solidario, entendemos que en todo el proceso de aprendizaje deben estar presentes teórica y prácticamente estos conceptos, que alejan a los jóvenes de la concepción egoísta que los principios del mercado han internalizado en la cultura colectiva.

Finalmente, el afecto. Es el vínculo profundo entre la institución con los alumnos. No me refiero a las expresiones superficiales con que muchos adultos expresamos el cariño –que cuando no reflejan un sentimiento genuino son rápidamente detectadas por los jóvenes- sino a un afecto sincero y profundo, que no excluye en ocasiones el enojo, pero en el que prima la entrega y la sinceridad, y compromiso real con cada joven en tanto ser humano valioso y único.

Esto nos lleva también a abordar el tema de la autoridad, concepto tan cuestionado: “ya no hay autoridad”, “los alumnos no respetan a sus maestros” y otras expresiones que solemos leer y escuchar. No es intención de este artículo profundizar en esta cuestión de implicancias tan complejas; podemos decir, sin embargo, que la autoridad reside en tratar de entender y actuar en consecuencia, y dar ejemplo con nuestras actitudes como adultos dentro y fuera de la escuela.

Este año en que se cumple el 93 aniversario de la reforma universitaria de 1918, resulta oportuno recordar un párrafo del Manifiesto liminar de los jóvenes cordobeses:

“...La autoridad en un hogar de estudiantes no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el

que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales...”

Trabajemos entonces en consensuar normas de convivencia con nuestros estudiantes para que la educación esté basada sobre el respeto mutuo y no sobre el dispositivo de vigilar y castigar.

Abraham Leonardo Gak

Profesor Honorario de la

Universidad de Buenos Aires