martes, 25 de marzo de 2014

Abuelas nuestras

Por Alfredo Leuco
Compartido por Diego Lerner
Fuente Página 12
Fecha de publicación 22-10-2002

Son las viejas más queribles y más sabias de la Argentina y sin embargo recién están cumpliendo 25 años. Son las Abuelas de Plaza de Mayo y está todo dicho. Son abuelas coraje y ovarios bien puestos al servicio del combate contra el terrorismo de Estado, los genocidas de turno y contra todo crimen de lesa humanidad. Son la astucia y el pañuelo blanco como estandarte que pelea por recuperar la identidad de sus nietos convertidos en botín de guerra.

Son las madres y las abuelas que nos parieron la dignidad. Son una catedral de grandeza y generosidad porque nunca (pero nunca) tuvieron ni siquiera el mínimo gesto de venganza o de intentar hacer justicia por mano propia.
Cada vez que las veo no puedo creer la dimensión de su energía. La envergadura, la estatura moral, ese caminar erguidas por la vida luchando contra la muerte y el olvido. 

Un día me las imaginé llegando a sus casas, agotadas por las noches. Con los achaques de la edad, con las várices, la hipertensión, la vista corta. Me las imaginé tratando de imaginarse el rostro de sus nietos. Nieto, nietito... Querido nieto o nieta. ¿En dónde estarás? ¿Sabrás de mi existencia? Nieto del alma.... Tengo tanto para decirte.
Nieto querido... Me gustaría que sepas que yo soy la madre de tu madre o de tu padre. ¿Sabés lo que eso significa? Vos sos el hijo de mi hija o de mi hijo. Sangre de mi sangre. Corazón y piel de gallina más que genética. Quisiera saber tantas cosas nietito. Decime, ¿cómo te tratan?, ¿te quieren los que te tienen?, ¿te abrigan?, ¿te han contado que no sos quien sos?, ¿sabés que naciste en un campo de concentración entre el angustiante olor de la carne quemada por la tortura?, ¿sabés que te arrancaron de tu verdadera casa y que si uno no sabe de dónde viene es difícil que sepa adónde va?

Nietito querido, que duermas bien. Algún día voy a encontrarte. Algún día ese documento de identidad que llevo en el alma tendrá tu foto en ese recuadro en blanco. Algún día esta margarita de mi pecho recuperará ese pétalo arrancado y sus huellas digitales. 

Las fundadoras fueron doce como los apóstoles. María Isabel, Beatriz, Eva, Alicia, Vilma, Mirtha, Haydé, Leontina, Celia, Raquel, Clara y María Eugenia. Se juntaban en bares de Retiro a tomar el té con masas y simulaban ser señoras gordas en pleno chimenterío. Pero hablaban en voz baja de otras cosas. Hasta se inventaron algunas claves para que no las descubrieran los Astiz y compañía. Para hablar de sus nietitos decían flores, cuadernos o cacharritos. Era la poesía del horror más que palabras conspirativas. ¿O no es cierto que los nietos son flores, cuadernos y cacharritos? Las chicas eran las Madres de Plaza de Mayo. El señor blanco era el Papa. Y las viejas eran ellas mismas. Aún hoy se siguen llamando así y se sienten orgullosas cuando alguien las llama viejas. Aunque a veces bromean y dicen que tienen juventud acumulada.
Hablaban despacio. Hacían petitorios, hábeas corpus, juntaban fuerzas. Ni se imaginaban lo que estaban construyendo porque nadie se imaginaba lo que los dictadores estaban destruyendo.
Nadie se lo imaginaba. ¿Quién podía imaginar que los militares además de torturar, asesinar y hacer desaparecer se iban a dedicar a robar chicos? ¿Cuánto Hitler había en estas calles sin que nosotros lo supiéramos? Robar chicos, apropiarse de la sangre de otros, ocultar identidades... malversar la ternura.

Primero se llamaron a sí mismas abuelas argentinas con nietitos desaparecidos. Le mandaron una carta al papa Pablo VI para suplicarle que intercediera. Se preguntaban dónde estarían sus nietos. ¿Tal vez en orfanatos?, ¿fueron vendidos, regalados?, ¿por qué tienen que crecer sin amor si Herodes no ha vuelto a la tierra? Seguramente nadie definió la época como lo hizo Eduardo Galeano. Dijo que por ese entonces, hace apenas 25 años, los argentinos se dividían en cuatro categorías: los enterrados, los desterrados, los encerrados y los aterrados.
No había antecedentes de tanta barbarie. Por eso hubo que inventar toda la lucha. Blindar los pañuelos bordados, poner el pecho, levantar la frente. Las Abuelas durante 25 años fueron un ejército invencible de guerreras en la calle y el reclamo pero también fueron antropólogas, genetistas, abogadas, psicoanalistas. Las Abuelas fueron de todo. Y por eso tuvieron la gloria de recuperar 73 nietos –73 historias que se saben, 73 abrazos sinceros, 73 rompecabezas re-construidos–. Hicieron mucho. Pero todavía falta mucho. Ellas lo saben. Y por eso siguen allí. Organizando, difundiendo, reclamando con la autoridad de sus canas, con el respeto de sus miradas. Cuando se ríen a carcajadas es cuando más se parecen a sus nietos. Son frescas y esperanzadas. Chismosas, cariñosas, potentes, hábiles pero sobre todo indestructibles. 

Ellas piensan en sus nietos y se multiplican. Andan por la vida con el sublime objetivo de reparar tanto dolor. De tapar tanto agujero negro. De dejar marcada la historia con una estela de esperanzas. Y con una Estela Carlotto como presidenta que vive con la increíble señal de haber nacido el mismo día que la organización sólo que 47 años antes. 

No hay que olvidar nunca que los nietos de las Abuelas son los únicos desaparecidos que pueden volver. Por eso para el final vale la pena proclamar que los que quieran atacar a las Abuelas (como pasó hace poco con Estela que es su nave insigna) tienen que saber que deberán pasar por sobre nuestros cadáveres. Porque ya bastante muerte y dictadura hemos tenido y porque cuando decimos nunca más, decimos nunca más.